El llanto

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Cada lágrima enseña
a los mortales una verdad.
Platón

El llanto no limpiará las heridas,
ni la carcoma acartonada anidada en nuestro cuerpo.

El llanto no cubrirá más los surcos de nuestra desnudez inmemorial,
de nuestra incapacidad de amar el vacío.

El llanto no curará la dualidad originaria de la naturaleza de la nada
que reduce lo infinito a finito —lo metafísico a fenoménico—
en la perpetua tensión que deja abierta la grieta de la existencia.
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Aristóteles y el fatalismo

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Aristóteles en su obra Sobre la Interpretación, concretamente en el epígrafe noveno, La oposición de los futuros contingentes, comienza asegurando que cuando hablamos de las “cosas que son y que fueron”, es decir, aquello perteneciente a los hechos pasados y presentes, es  – dice Aristóteles –  “necesario que o la afirmación o la negación sea verdadera o falsa”. Con esta afirmación, Aristóteles, pone de manifiesto el principio del tercio excluso (PTE), en la que la disyunción de una proposición y su negación tiene que ser siempre verdadera. Pero, además, advierte que tanto para los hechos presentes como para los pasados, una vez sucedidos, parecen inalterables y por ello, la necesidad de su verdad o falsedad debe ser única e inmutable. Dicho de otro modo, cuando se trata de hechos, ya sean presentes o pasados, no existe ningún tipo de posibilidad – como podría ocurrir con respecto al futuro – sino que hay una adecuación o no entre lo que afirmamos o negamos y los hechos. Esta adecuación o correspondencia es lo que consideraríamos como verdad. Podemos recurrir a un ejemplo para aclarar la cuestión, si decimos “Ayer estuvo lloviendo” u “Hoy está lloviendo” será verdadero afirmarlo si los hechos corresponden con lo afirmado. En este sentido, el hecho o acontecimiento funciona como un hacedor de verdad o verificador de la proposición.

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Nietzsche, el filósofo enmascarado

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Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844 – 1900) es uno de los mayores pensadores contemporáneos que ha concebido Occidente. Es considerado uno de los tres Maestros de la sospecha junto a Karl Marx y Sigmund Freud, según el apelativo utilizado por Ricoeur. Además podemos añadir que es un filósofo poeta que nos atrae con el esplendor de su estilo, que nos seduce y cautiva con una fascinante estética, pero sin duda, lo más importante es que la esencia de su carácter filosófico está oculto bajo máscaras. Nietzsche pone de manifiesto la sospecha de que el camino recorrido por la humanidad, principalmente en los últimos dos mil años, ha sido un camino errado, que, ahora, el hombre se encuentra perdido. Por ello es necesario una vuelta atrás, replantearse todo aquello que es considerado como bueno y verdadero. Nietzsche representa una crítica extrema a la religión, a la moral y, sobre todo, a los cimientos del conocimiento humano, considerados como filosofía y ciencia. Hegel creía que se podía concebir la historia de la humanidad como un proceso evolutivo del espíritu, donde épocas anteriores tienen valor propio con resultados positivos para la evolución histórica de occidente. Por el contrario, Nietzsche opta por una repulsión del pasado, un rechazo a los convencionalismos y a toda tradición que nos impulsa necesariamente a una postura radical de vuelta atrás. Por ello, un factor de gran importancia en la filosofía nietzscheana, no es sólo su lucha contra la moral y la religión tradicionales, sino su crítica total a toda la cultura, en palabras de E. Fink: la ataca con una pasión desmedida, con un odio desenfrenado y una amarga ironía.

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Problemática del Viaje en el Tiempo Unidimensional

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Cientos son los ejemplos que pueblan la literatura, el cine y la filosofía sobre la posibilidad de viajar en el tiempo. Algunos de ellos más coherentes y consistentes que otros. Pero, realmente, ¿es posible viajar en el tiempo? Actualmente, no cabe duda de que el viaje en el tiempo es tanto una posibilidad lógica como física. Aunque no existen evidencias experimentales del viaje en el tiempo, existen importantes razones teóricas[1] para considerarlo absolutamente posible. Si bien no cuestionaré la posibilidad de viajar en el tiempo, sí voy a centrar mi atención en los argumentos utilizados por David Lewis en su artículo Las paradojas del viaje en el tiempo[2], con el firme propósito de mostrar incoherencias que hacen, a mi parecer, la argumentación de Lewis inconsistente. Para ello me ayudaré de ideas, situaciones y recursos utilizados en diversas obras consideradas de ciencia ficción.

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Heidegger, el Dasein y sus posibilidades

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El pensamiento de Heidegger se ve urgido por la crisis de fin de siglo, que se expresa como el agotamiento de la historia de la metafísica, además asociándose a la crisis de sentido que experimenta Occidente. La falta de sentido según Heidegger, como podemos ver en Ser y Tiempo (1927), procede de que en nuestro tiempo se ha cerrado la posibilidad de preguntar, auténtica y radicalmente, por el sentido del ser. Se ha olvidado la pregunta en tanto que pregunta por el ser, como pregunta abierta. Al cancelarse la pregunta como tal pregunta, se ha destinado a Occidente a la pérdida de sentido. Por tanto, la pretensión de Heidegger es reabrir de nuevo la pregunta por el sentido del ser, aspirar a una reformulación de la pregunta por el ser, que es la pregunta filosófica por excelencia. Heidegger expone que la distinción, que Aristóteles usa como respuesta, entre sustancia y accidente, es la que lleva a asentar un camino que ahora se agota, que nos lleva a la renuncia del verdadero sentido de preguntar; y este olvido de la apertura originaria conduce al agotamiento final que vive ahora Occidente como la crisis del sentido, del nihilismo. Por ello plantea la urgencia de abrir de nuevo la pregunta, asumiendo que sin ella no cabe sentido alguno; en el mero plantearla nos va la posibilidad de sentido, del sentido de nuestra existencia o de nuestro ser. Así, Heidegger toma como punto de partida una relación abierta entre el ser y el ente que se pregunta por el ser; esta apertura que liga y separa al hombre. Este retorno de Heidegger a la pregunta ontológica no es un retorno al pensamiento moderno, sino que es una vuelta al origen mismo del pensar, desmontando toda subjetividad.

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Metafísica (Aristóteles)

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Según Aristóteles, hay tres tipos de saberes: productivos, que tienen como finalidad la producción de objetos; prácticos, que tienen como finalidad la regulación de la conducta (estos dos primeros están orientados a la acción), por último, los teóricos que no están orientados a la acción, no tienen otra finalidad que el conocimiento mismo.

En la Metafísica Aristóteles clasifica estas ciencias teóricas en física, matemáticas y ciencia o filosofía primera, según las interpretaciones esta ciencia primera correspondería a la teología. Decimos según las interpretaciones porque para esta ciencia o filosofía primera parecen confluir dos perspectivas teóricas, en definitiva, dos ciencias distintas que optan por el puesto de ciencia primera. Una candidata sería la teología que se presenta, en un principio, como ciencia particular, al margen de otras ciencias como la matemática o la física; y la ontología que se proclama como ciencia universal como ciencia universal acerca de lo que, en tanto que algo que es. El problema surge porque esta obra carece de unidad de composición, no es un tratado sino un conjunto de notas más o menos autónomas e independientes, lo que parece indicar es que fueran escritos en épocas diferentes pero no por ello tiene por qué presentar una doctrina inconsistente, sino que pueden perfectamente responder a un mismo proyecto teórico desarrollado desde perspectivas distintas. Muchos son los autores y las teorías que han intentado unificar y esclarecer la metafísica aristotélica. Todo parece indicar que en una primera etapa, próximo aún al platonismo, Aristóteles habría concebido la filosofía primera como ciencia de las entidades inmateriales e inmóviles, es decir, como teología. Más adelante, alejado ya definitivamente del platonismo, habría considerado a la ontología como la ciencia suprema.

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Intervención en la Sorbona

Conviene, en todo caso, estudiar filosofía
después de los cincuenta. Y más, si cabe, edificar
modelos de una sociedad. Antes debemos
aprender a cocinar un caldo y a freír, no digo ya pescar,
pescado, hacer un café como es debido.
De lo contrario, las leyes éticas
huelen a cinturón paterno o bien a traducción
del alemán. Hay que aprender primero
a perder las cosas, más que a adquirirlas,
odiarse más que a un tirano,
apartar años enteros la mitad de tu exigua paga
para la habitación, y luego razonar
sobre la victoria final de la justicia. Que llega siempre
con retraso, por lo menos al cabo de un cuarto de siglo.

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