Heidegger, el Dasein y sus posibilidades

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El pensamiento de Heidegger se ve urgido por la crisis de fin de siglo, que se expresa como el agotamiento de la historia de la metafísica, además asociándose a la crisis de sentido que experimenta Occidente. La falta de sentido según Heidegger, como podemos ver en Ser y Tiempo (1927), procede de que en nuestro tiempo se ha cerrado la posibilidad de preguntar, auténtica y radicalmente, por el sentido del ser. Se ha olvidado la pregunta en tanto que pregunta por el ser, como pregunta abierta. Al cancelarse la pregunta como tal pregunta, se ha destinado a Occidente a la pérdida de sentido. Por tanto, la pretensión de Heidegger es reabrir de nuevo la pregunta por el sentido del ser, aspirar a una reformulación de la pregunta por el ser, que es la pregunta filosófica por excelencia. Heidegger expone que la distinción, que Aristóteles usa como respuesta, entre sustancia y accidente, es la que lleva a asentar un camino que ahora se agota, que nos lleva a la renuncia del verdadero sentido de preguntar; y este olvido de la apertura originaria conduce al agotamiento final que vive ahora Occidente como la crisis del sentido, del nihilismo. Por ello plantea la urgencia de abrir de nuevo la pregunta, asumiendo que sin ella no cabe sentido alguno; en el mero plantearla nos va la posibilidad de sentido, del sentido de nuestra existencia o de nuestro ser. Así, Heidegger toma como punto de partida una relación abierta entre el ser y el ente que se pregunta por el ser; esta apertura que liga y separa al hombre. Este retorno de Heidegger a la pregunta ontológica no es un retorno al pensamiento moderno, sino que es una vuelta al origen mismo del pensar, desmontando toda subjetividad.

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¿Es posible decir o pensar ‘somos cerebros en una cubeta’?

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En el primer capítulo de Razón, Verdad e Historia, Hilary Putnam plantea un argumento antiescéptico. Comienza con un caso dado, donde una hormiga conforme avanza por la arena va dejando un rastro en la arena, y por puro azar, ese rastro se asemeja a una reconocida caricatura de Winston Churchill. Putnam pretende analizar la relación entre el rastro dejado por la hormiga y el personaje histórico. Se pregunta si la hormiga ha trazado un dibujo que representa a Churchill. Cualquier persona, sin reflexionar demasiado, llegaría a la conclusión de que no es así, pues la hormiga nunca ha visto a Churchill, ni tampoco tenía la intención de representarlo. Simplemente trazó una línea que nosotros interpretamos como un retrato de Churchill. Podemos decir que la línea no representa por sí misma. La semejanza ni es condición suficiente ni necesaria para que alguna cosa represente a otra. Si continuamos con el caso de la hormiga, y suponemos ahora que la hormiga (que conoce a Churchill y tiene la inteligencia y la habilidad para dibujar el retrato del mismo) realiza la caricatura intencionalmente, entonces, si que habría representación. Por lo tanto se concluye que lo que se necesita principalmente para la representación es la intención. Pero para tener la intención de que algo represente a Churchill, se debe ser capaz de pensar en Churchill como mínimo, y la hormiga no tiene esa capacidad y por lo tanto tampoco la intención. Si las líneas en la arena, los ruidos, las formas, etc., no pueden representar nada en sí mismos, ¿cómo es que pueden hacerlo las formas del pensamiento?; ¿cómo puede el pensamiento alcanzar y captar lo que es externo?

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